jueves, 10 de marzo de 2011

CAPITULO 1 (La amenidad de la rosa)

“Sabes que te quiero pero no podemos continuar con esto” decía la voz de mi mente, que pese a ser mujer sonaba como la de un chico “Yo si puedo” me replicaba a mí misma, mi voz mental. “Eres insoportable” esta vez era una voz femenina que se tornaba trémula y quisquillosa.  “Lo sé” replicaba yo para mis adentros, “Losé, lo sé, lo sé… nunca he conocido a una persona que se repita tanto” dijo la voz de una anciana que me reprendía, “Ya” volví a decir yo. “¿Podéis callaros? No puedo concentrarme” pedí.
 -Daf, ¿puedes dejarme tus apuntes de historia?-me pidió una voz ajena.
El sonido de esa voz real entre las múltiples facetas mentales que tenía en mi cabeza sonó como un molesto pitido, dilaté los ojos que ocultaba a través de unas enormes gafas y miré por el rabillo del ojo a una de mis compañeras de clase.
Sin poder evitarlo ladeé la cabeza como un gato, y miré desconcertada a la adolescente que me sonreía desde un metro de distancia, como si estar más cerca le fuera a ocasionar algún problema, quizás ella pensaba que le iba a morder.
 -¿Qué?-pregunté escuetamente, me fijé en cómo la saliva bajaba por su garganta al tragar, desenfoqué los ojos y apunté hacia los suyos, por alguna razón eso la hizo estremecer.
 -¿Qué si me dejas para que copie la libreta de historia?-volvió a preguntar.
 -¿Por qué?
 -Es que ayer se me olvidó aquí y no…
 -Entonces es que no has hecho la tarea-la taladré de un vistazo, mientras me mordía una uña.
 -¿Me la vas a dejar?
Me encogí de hombros y volví a agachar la cabeza hasta posarla sobre la tibia madera de mi pupitre estudiantil. Mi cabello creaba una cortina que me resguardaba de la luz, a tientas abrí con una mano la mochila que tenía delante de mí y aun a ciegas tomé la libreta de historia y sin mirarla se la tendí.
 -Gracias-dijo al cogerla.
Aparté la mano y la deje caer en ambos costados, sin decir nada, me volví a sumir en mis hondas reflexiones. Las voces resonaban en mi cabeza, incansables, criticando mi manera de comportarme, que era poco comunicativa, que daba miedo, que no era normal…
   -Es molesto-dije para mí-Vosotras también sois molestas…
No se cuál fue el día en el que comencé a tener voces rondando en mi cabeza, supongo que habían estado desde siempre hay, la primera vez que escuché que oír voces en la cabeza de uno era un paso a la locura, di por hecho que estaba loca. “Si estoy loca-reflexioné- No podré estar con los demás y si no estoy con los demás estaré conmigo misma” Esta idea me hizo increíblemente feliz, deformando las comisuras de mis labios en una extraña sonrisa que la gente pensaba que era macabra. Me daba igual, apenas solía sonreír, para mí el resto de las personas no valían nada, si todos desaparecieran, no me importaría.
Cuando al fin finalizaron las clases, tengo la sensación que de nuevo ha sido perder el tiempo, sin energías me levanto del pupitre, cuando todos han salido ya, recojo mis cosas, me cuelgo la mochila y es entonces cuando me atrevo a volver la vista hacia atrás con la clase vacía y el sonido de la muchedumbre al salir amortiguado por la lejanía, es entonces cuando dedicó al vació una de mis raras sonrisas y salgo.
“Dime, ¿Por qué no sales con nadie?”me exige una nueva voz en mi cabeza.
 -No me hace falta-contesto en voz alta, ahora que no hay nadie.
“¿Vas a hacer lo de todas las tardes?” me pregunta otra voz diferente, “¿Encerrarte en tu cuarto y mirar al techo?”
 -Quizás haga los deberes-replico.
“Eres un caso perdido”se lamenta. 
   -Lo sé.
“No sirves para nada” me dice una voz entrañable e infantil.
 -Lo sé.
“El mundo sería mejor si dejaras de existir” se quejó otra voz en mi cabeza, decaída y cansada de estar siempre intentando que hiciera algo. Alzo la mirada y contemplo la pequeña disposición de casitas encaladas y unidas que tiene la calle, en los risueños niños que corretean tras una pelota de plástico malo, en la viejecita que saca a pasear un chihuahua con el pelo escaldado. Todo lo contemplo sin ganas y aburrida, cansada de la misma estampa sin color.
 -Lo sé-le vuelvo a replicar en voz baja.

Martina el ama de llaves era una mujer entrada en años y en carnes, tenía esa expresión bonachona que a veces te hacía pensar en una madre pero que si la mirabas de cerca podías verle sudor por los hinchados poros de su cara, era entonces cuando agradecías tener una madre más atractiva que ella.
Sin decir nada, abandoné la mochila en la salita y subí a mi habitación.
 -¡Dafne!-llamó Martina cuando aún estaba en la escalera- ¿No vas a comer tampoco hoy?-me preguntó con preocupación.
 -No tengo hambre.
 -No estarás siguiendo una de esas dietas radicales raras que hacen ahora las adolescentes, mira que tú estás ya muy flacucha, si sigues así vas a parecerte a un galgo
 -Simplemente no tengo hambre-respondí yo sin mirarla y volviendo a subir las escaleras-A la noche comeré algo.
Ya en mi habitación me echo en la cama y me tumbo boca arriba. Cierro los ojos, envolviéndome en una oscuridad rojiza debido a la claridad del cuarto. Pasó así unos cuantos minutos, reflexionando sobre si habría alguna manera de silenciar mis voces internas cuando me sobreviene una arcada, apenas me da tiempo a levantarme y llegar al baño contiguo para vomitar todo lo que hay en mi estómago. Antes de tirar de la cisterna, que hará desaparecer lo que ha salido de mi estómago lo miro, allí descansando entre la espuma higiénica que toma reacción con la infección se decolora mi sangre.

INTRODUCCIÓN (No demasiado deprisa)

“Sólo un poco más” lloriqueo para mis adentros, “Un poco más” La luz ya no parece tan distante, casi parece cercana, algo que hace cinco minutos nunca hubiera dicho. Me esfuerzo por llenar mis pulmones de aire, aún esta sencilla acción supone un gran  trabajo, parece que el aire se ha vuelto una extraña flama que me quema la garganta y sin la cual no puedo continuar.
Mis ojos lagrimean, confundiendo mi visión y apagando aquel rayo de luz que se filtra en la lejanía, fuerzo mis pies  a seguir corriendo, pese a que ya estoy agotada, todo mi cuerpo se siente resentido y en vez de correr, más bien, trastabillo con mis propios pies, perdiendo ocasionalmente el equilibrio. En ese momento de inseguridad solo mi propia convicción me mantiene en pie.
Si caigo no me volveré a levantar, y debo seguir luchando, para escapar ,para no perder el juego. De nada me sirve que mi garganta me escueza, que mis miembros no reaccionen o apenas se muevan o que mi boca se abra todo lo posible en busca de un aliento que no consigue.
Los oídos me pitan, las uñas de tan apretadas que las tengo contra las palmas han acabado por hacerme sangrar. Noto el cuerpo sudado y  hay está. La claridad se habré en mi campo de visión. Casi milagrosamente y no sé de dónde, unas fuerzas aunque nímias pero con algo más de energía corro hacia ella. Menospreciando el cansancio, mis piernas se enredan una a la otra precipitándome al suelo.
Mi cara choca contra este, haciendo saltar dos de mis dientes, que como perlas rojas escupo al suelo, me sangra la boca. Fuerzo a mis brazos a que me incorporen de nuevo, ya que la salida está tan cerca, que casi puedo tocarla.
Y casi puedo alzarme, de nuevo puedo sentir el aire en mis pulmones y es ese segundo en el que sé que puedo continuar, es cuando algo me agarra del tobillo. Sin voz suficiente, resolló en busca de aire, en vez del grito que había intentado dar, mis ojos se dilatan, fijándose en la oscuridad que me envuelve, al ver en ella un espino que clava sus espinas en mis tobillos, retorciéndose igual que una culebra y subiendo por mi muslo, está vez logro gritar, horrorizada, debatiéndome entre furiosos pataleos contra la planta, notando el sabor de la sangre mezcladas con el de las lágrimas en mi boca.
La planta sin mostrar apenas aprecio a mis intentos sigue escalándome, atrapándome en un doloroso abrazo, del que ya no puedo escapar. Mis manos son atadas y siento que mi cuerpo es alzado por el estómago hacia arriba, colgando la cabeza boca abajo, veo como la luz se apaga, un segundo antes de sumirme en la oscuridad. Ahora solo puedo pensar antes de perder completamente mi conciencia en que he perdido el juego, nunca debí haber jugado y sin embargo… No me da tiempo a acabar, la zarza atraviesa mi pecho y sólo llego a contemplar como de ella, florece una hermosa rosa, roja de pétalos tibios.