viernes, 29 de abril de 2011

Nominada

No es el cuarto capitulo, el cual creo que debí haber subido hace mucho, prometo que pronto lo hare, esto es una entrada aparte, es la primera vez que me nominan porv lo que me hace mucha ilusión. La próxima vez sere yo la que nomine, jajaja, bueno para empezar ; he sido nominada por Elenna, una gran chica cuyo blog: http://dequetinesmiedo.blogspot.com es uno de mis favoritos <---lo recomiendo, bueno, bueno, este blog consiste en tomar el libro que más a mano tengas, no vale ir a la estantería y coger tu favorito y si no tienes ningún libro puedes tomar el último que te leiste. Tengo que abrirlo, ir a la pagina 89 y escribir la frase del libro que aparezca en la quinta línea, espero que salga algo bueno.
Este libro es Tierra Firma, escrito por Matilde Asensi, muy bueno y de aventura, de acuerdo la frase es:

<< - ¿Y eso es un arreglo usurario?-la usura estaba prohivida y penada por la justicia. Los cristianos no podían ejercerla porque se consideraba un tranajo judaizante, contrario a la doctrina católica- Ese pago anual se sesenta y cinco doblones parece...>>
Ahora he de nom,inar a seis de mis amigos:
Alice Acker----> http://agolpesdevidamlpt.blogspot.com/
j.a Jurado-------> por su blog de broches

Sorry ya no nimino a nadie más por que todos los nomino Elenna

viernes, 15 de abril de 2011

CAPITULO 3 (El olor de la cólera)

   Ese olor... no era normal... era un olor escurridizo, empalagoso y agridulce. Parecido al olor que tenía un caramelo derretido tras haber caducado hacía un año. Y sin embargo era un olor agradable, de esos que me gustaba aspirar durante un largo tiempo y profundamente. Sabía que nunca lo había olido, pero tenía una extraña sensación de familiaridad y casi reconocimiento. En cierta manera me hacía recordar un sentimiento de entrañable melancolía.
   Alcé los ojos, protegidos por los gruesos cristales de unas gafas que habían vivido años mejores, similar a un perro de caza que ha descubierto su presa, centré la mirada en la chica que acababa de entrar. Puede que fuera la primera vez que me fijaba realmente en una persona de mi instituto, pero ese aroma era tan profundo que casi podía paladearlo con la lengua.
   Tenía un rostro menudo y una piel porosa, cubierta de pequeños granos que la afeaban sobremanera, baja y de pelo grasoso y rizado, de un color parecido a la miel sucia. No era la chica más guapa que había visto en mi vida, pero desde luego era a la que más atención he prestado. Mi corazón latía más rápido y una sensación de calor escaló mi cuello hasta enrojecer mis mejillas, sorprendida ante mi propia reacción, no me di cuenta hasta después, que por primera vez en toda mi vida había experimentado lo que era la ira, una ira irracional y sin sentido, estropeaba la esencia que ese olor despertaba en mí.
   La chica atravesó la clase, deteniéndose a mitad del camino que llevaba a la mesa del profesor, que se apresuró a levantarse y a tomar las fotocopias que ella le tendía, sonreía, dejando entrever unos dientes ligeramente torcidos.
   -Son para entregarlas, para la próxima reunión con el tutor-informó la chica.
   -¿Se las doy?-preguntó claramente refiriéndose a sus alumnos.
   -Sí-asintió- Bueno, me voy-añadió tras un rato- Adiós.
   Se dio la vuelta y de la misma manera efímera y corta en la que había entrado para entregar el montón de fotocopias, salió. No sin antes dedicarme una corta mirada de ojillos entrecerrados y un gesto ceñudo, casi como si ella pudiera olerse a sí misma, arrugaba la nariz de manera curiosa, como si percibiera un aroma que la desagradara.
   Aquel enfado no desapareció, se convirtió en algo más cerrado y oscuro. Por primera vez, deseaba algo pero no sabía muy bien el qué. Olerla y hablarle o golpearla y gritarle. Cerré los ojos, abrumada por unas sensaciones que nunca había percibido antes y las cuales odiaba, las odiaba por que no podía controlarlas y porque me alteraban. Las odiaba porque durante un segundo, al sentir como su olor se desvanecía, había notado algo parecido a ansias de vivir. Algo que debía quitarme de la cabeza, ya que pronto moriría.

   "¿Quién era?" "¿Por qué olía así?" "Podemos buscarla y hablar con ella" "Puede ser tu amiga" "Nunca has tenido una amiga" "¡Sería tu primera vez!" El concierto de voces en mi cabeza me estaba volviendo loca, no podía concentrarme en el Dominio de las malditas funciones. "¿Qué diablos decís?" gruñí mentalmente a las voces, que en consecuencia se callaron. Estaba muy enfadada, tanto que por primera vez se me ocurrían todas esas palabrotas que tantas veces había escuchado.
   Me dolía la cabeza, no había comido nada ni durante el almuerzo ni la cena, notaba un dolor agudo en el estómago, que me llevaba cada dos por tres al servicio, tuve tres arcadas, en las que no llegué a vomitar nada. Martina no me deja, he insiste en que coma, mi madre me odia, todo el mundo me odia y por primera vez en mi vida, estoy enfadada con todos y especialmente con esa chica, ella que ha despertado estos sentimientos que ahora me hacen pasarlo tan mal.
   Aburrida, retiró la silla del escritorio y de un pequeño salto me tumbo boca arriba en la cama, lástima, no hay hermosos colores danzantes que contemplar  en el techo y sí un mar de preocupaciones que parecen agravarse a cada instante. "Sería mejor que me muriera en este momento" pienso abatida, "Odio que seas tan negativa" dice una voz infantil en mi cabeza "¿Y quién eres tú para odiarme?" pregunté molesta "Eres un caso perdido" dijo otra voz, como siempre, no esperaba que me respondieran a esa pregunta, no era la primera vez que la planteaba.
   -Esa chica...-me dije en voz baja-debo hablar con ella. Debo... conocerla, para que simplemente...vuelva a desaparecer... y yo vuelva a ser como era antes.
   Tras decir esto, cerré los ojos, abriendo así las puertas de ese mundo llamado oscuridad.

   Agotamiento...una palabra que puede guardar el peor de los significados. Apenas tenía fuerzas para llevar la mochila al hombro, por lo que había acabado colgándome la mochila de ambos brazos, algo que no me gustaba hacer desde hacía mucho. Me sentía tan débil que me costaba respirar, notaba como si todo mi cuerpo hubiera sido fabricado con una extraña mantequilla dura por fuera, pero blanda por dentro.
   El desayuno, aquella tostada y media que me había obligado a comer se me repetía continuamente dentro de la boca, además mi estómago estaba tan cerrado que al primer bocado, me sentí llena, por lo que el resto de la tostada me dio realmente asco devorarla.   Y lo peor no era nada de eso, ya llevaba varios días muy quejica, enfadada y confusa, simplemente esta persona no era yo. Y todo por culpa de esa chica ¿Pero por qué? ¿Cómo podía ser que un minuto pueda cambiar un modo de vida al completo?
   Llevaba varios días buscándola con la mirada, a veces la veía, pero nunca me acercaba, tan pronto supe que la odiaba supe que por alguna razón ella me odiaba a mí, ese era el único sentimiento que pensar en ella o cuando la miraba despertaba  en mí y sabía que ella pensaba lo mismo puesto que cuando nuestras miradas se encontraban, ella tendía a arrugar los labios, algo que la afeaba más todavía y  entrecerraba los ojos, igual que si quisiera taladrar me con ellos.
   No sé que parte del cerebro se encargaba de diferenciar a las personas en amigos o enemigos, lo que sí sé, es que esa chica era mi enemiga, por alguna razón desconocida. Que si ella desaparecía, también lo harían todos estos sentimientos que en los últimos días no me habían dejado tranquila.
   Sin darme cuenta llegó hasta las enrejadas puertas de esa aburrida cárcel que llamaban instituto, una condena, que según mis últimos pensamientos me parecía horrorosa, porque cuanto mayor era la proximidad con ella más nerviosa me ponía. "Estas paranoica" se quejó lastimosa una voz grave en mi cabeza.
   -Cállate-dije en voz alta atrayendo la mirada de varias personas hacía mí, a las cuales ignoré, no me importaba lo que pensaran.
   "Deshazte ya de esto, ve ha hablar con ella de una vez" me aconsejó otra, "Después puede que ya no sientas eso" añadió una tercera.
   -Me acercaré a ella cuando quiera.
"Ilusa" me criticó otra voz. La ignoré y continué mi camino. Pero tenían razón, tenía que terminar con esto cuanto antes. Debía hablar con ella.
   Las tres primeras horas fueron cansadas y aburridas, siempre que tomaba una decisión la seguía, me había propuesto que definitivamente le hablaría. Sin importar nada, debía acabar con esto y volver a ser la de antes, miré por la ventana, ya sólo quedaban cinco minutos para que tocara la sirena y pudiera salir al recreo. El cielo azul me fascinaba, aunque siempre había tenido la sensación de que ese no era el color indicado. Debía ser otro.
   Como siempre dejé que aquellos que compartían clase conmigo salieran atropelladamente de la clase, antes de salir yo. No comprendía esas prisas que se tomaban por ver quién es el que alcanzaba antes  la puerta, creando un tapón con el que tardaban más en salir.
   Mis pasos me llevaban hasta la salida más cercana, notaba un nudo en el estómago, además de que cada fibra de mi cuerpo vibraba, me costaba reconocerme en aquella persona que ahora se encontraba excitada, nerviosa y temblante "¿En qué me he convertido?" Pregunté dándome ánimos a mi misma "Yo no soy así, yo nunca he sido así" Me entraron ganas de llorar. Últimamente siempre tenía ganas de llorar, era patético.
   El patio tenía forma cuadrada, por lo que si te ponías desde ciertos sitios, podías verlo completamente y buscar a cualquier persona. Este recreo a diferencia del parvulario no tenía árboles, por lo que echaba de menos aquel limonero que me servía de refugio, pero hoy no deseaba desaparecer, por primera vez quise ser visible.
   Tuve que mirar varias veces, para encontrarla, se hallaba en las gradas de la pista de futbol, estaba con sus amigas, pero igual que yo, se había girado para mirarme. Pese a la distancia pude sentir que algo saltaba entre nosotras al mantener el contacto visual. Ella musitó a sus amigas algo y se retiró hasta una esquina del patio menos transitada. Una vez allí me hizo un gesto con la mano, que tardé en reconocer como un "ven".
   Camine lentamente, tensando me a cada paso y apretando los dientes fuertemente, intentando liberar la ira que había estado reteniendo en los últimos tiempos. Pero misteriosamente me calmé al llegar a su lado, ese aroma volvió a confundirme, alcé la mirada confusa y desorientada. "¿Que me había pasado? ¿Qué se suponía que estaba haciendo yo allí con ella?"
   -Realmente eres muy ruidosa-se quejó la chica, apoyándose en la pared y taladrándome con la mirada-Claro que no esperaba encontrarme con alguien como tú aquí.
   Pestañeé confusa, sin tener muy clara la razón por la que yo estaba hablándole a alguien, recordaba haberme sentido molesta, incluso cabreada, pero ahora, ese olor penetraba mi nariz, devolviéndome a la antigua yo.
   -He de reconocer que te has ocultado muy bien-asintió como para ella, sin notar mi estupor- Llevo aquí doce años y nunca te había sentido antes.
   -Adiós-fue mi única respuesta.
   Ya no comprendía que era lo que hacía allí, había vuelto a ser yo misma. Me dí la vuelta para marcharme, sin querer perder tiempo, odiaba tener que hablar en el instituto, no tuve oportunidad ni de dar dos pasos cuando su mano me agarró con fuerza del codo.
   -Estas de broma ¿verdad?
   Con brusquedad y respirando sobresaltada aparté mi brazo y la miré fríamente, nadie podía tocarme, odiaba que me tocaran.
   -No me toques-gruñí más que hablé.
   Una sonrisa deformó sus labios, haciéndola parecer extraña y a la vez malvada, me recordó a la sonrisa del cuento de Blancanieves cuando la madrastra mandó a que le arrancaran el corazón. Claro que verla en dibujos era diferente a verla en persona.
   -Entiendo-rió con una carcajada seca y fingida- Tú no sabes que eres, ¿verdad? Tampoco sabes quién soy yo-volvió a reír- Y yo que creía que tú me habías descubierto... bueno... no creo... Me llaman Carmen-me tendió una mano.
   Cada palabra que salía de su boca se me hacía más y más extraña a cada momento, parecía no tener sentido alguno al hablar.  Claro que no sabía quien era ella, hasta hacía unos minutos, había pensado en ella como mi enemiga, tremenda tontería, seguramente había sido la falta de azúcar, ¿y yo había estado desvelada varias noches por ella? Ahora parecían años.
   Miré la mano que me tendía sin ofrecer ningún sentimiento más que aburrimiento, lo único que hacía era aspirar su fragancia, tal vez lo único positivo que había en su persona. Tras un rato la retiró con otra queda y ronca carcajada.
   -De verdad que sois difíciles, de acuerdo, ya tomé la decisión-me miró con tanta intensidad que pensé que me reventaría la cabeza- Te espero a la salida del instituto en el callejón que hay entre el Pub y esa nave tan grande que siempre huele a pescado.
   Si esperaba despertar mi curiosidad con esas extrañas palabras se equivocaba. Me giré otra vez para irme, esta vez sí, teniendo prisa en que no me tocara ni me retuviera.
   -Vete si quieres-dijo en voz baja-Si no vienes no te diré como deshacerte de esas voces que tanto te molestan.
   Mi corazón dio un brinco y en mi cabeza se hizo un silencio sobrecogedor. Me giré tan rápida que por un segundo creí perder el equilibrio, la miré con los ojos entrecerradazos y la mandíbula apretada. ¿Cómo lo sabía? ¿Cómo podía saberlo? Nunca se lo había dicho a nadie.
   -¿Sorprendida?-sonrío fríamente-Ven a la salida y te lo explicare todo.
   Esta vez fue ella la que se dio la vuelta y se marchó, dejando su curiosa fragancia tras de sí, sentí como que todo mi cuerpo se venía abajo junto con una increíbles ganas de vomitar "Pero que..." me dije a mi misma, sentándome en el sucio suelo del patio "Se suponía que era mi secreto, ¿Por qué lo sabía? ¿Por qué decía cosas tan raras? ¿Que me había pasado que me había sentido tan rara en los últimos días y ahora no?" Hundí la cabeza en mis rodillas, confusa como nunca lo había estado "Algo se acerca" me dije sin saber muy bien porqué.

   Conocía esa zona, ya que la había visto en ocasiones, es donde aparcaban los autobuses de los otros pueblos, se encontraba detrás del edificio principal del instituto, por lo que había que dar un buen rodeo para llegar hasta allí. Me sentía muy débil y  además aunque no me importase sabía que iba a preocupar a Martina, ella siempre se preocupaba cuando me retrasaba.
   Eso no era lo importante ahora, ella parecía saber como podría deshacerme de las voces, estas ahora retumbaban molestas en mi cabeza, no les parecía una buena idea lo que iba a hacer "Callaros" grité mentalmente.
   Mis pies finalmente me llevaron hasta el callejón. Olía un tanto mal y puesto que las cornisas de ambos edificios eran bajas, estaba casi oscuro.
   -Estoy aquí dentro-oí la voz de Carmen salir de allí.
   Me adentré un par de pasos, vacilantes sin verla aún, casi llegué al fondo cuando me di cuenta de que en ese callejón no había nadie, a mis espaldas sonó la risa queda que tanto había rememorado durante las clases, detrás mía e impidiéndome la salida estaba Carmen, algo destelló en su mano, fijé la mirada en el objeto, descubriendo que era una navaja.
   -Como una mariposa quedaste atrapada, pequeña rosa.
   Alzó la navaja y mis pies resbalaron al intentar retroceder con algo que me hizo caer, sin tiempo a reaccionar, Carmen me alzó la cabeza por los pelos, casi apunto de arrancármelos y sin tiempo de gritar me cortó la garganta.

sábado, 2 de abril de 2011

CAPITULO 2 (Sin Vida)

Me pregunto cuando fue que acepté que iba a morir tempranamente, no lo sé, quizás fuera cuando por primera vez noté que mi vida no tenía un real sentido en este mundo y que yo no era nada más que otra pieza de un ajedrez gigantesco, prescindible para ganar una partida de la que yo no tenía constancia.
O puede que fuera aquella vez…
Apenas recuerdo ese día, como el resto de mi memoria parecen días difusos y borrosos, como si lo hubiera visto desde la gran pantalla de cine hace mucho tiempo, en vez de haberlo vivido en primera persona.
Tendría aproximadamente seis años cuando me pasó. Era uno de esos días vacíos en los que prefería sentarme bajo la sombra del limonero del colegio, un árbol de ramas tan bajas que ofrecían cierta protección ante las divertidas miradas de mis compañeros.
Ese era uno de los pocos lugares que podía decir que fueran míos, un rincón alejado de todo y todos, donde podía concentrarme en mí e intentar silenciar esas voces que siempre me molestaban con imposibles peticiones “Ve a jugar con ellos” me solían decir o “Te estas marginando tu sola”.
A mí simplemente no me importaba, nunca me apetecía jugar, puesto que sabía que no iba a divertirme y estar marginada no era tan malo, en verdad me costaba comprender el sentimiento que tenían los demás por estar juntos. Yo era la única que sabía como era yo realmente, nadie podía comprenderme, ni yo comprender a nadie. Por ello en mi mundo sólo existía yo y nadie más.
Ese día hacía más calor del normal, típico de los meses cercanos al verano, la mayoría de los niños preferían jugar en lugares donde diera sombra y no se movían con tanto apasionamiento como otros días. Yo hundía la cara entre las piernas, bajo mi limonero. Apoyada en su nudoso tronco.
Como siempre estaba discutiendo con las voces de mi mente, era difícil ignorarlas cuando simplemente se ponían  a gritarme porque no las escuchaba. Recuerdo que en un segundo estaba bien, las voces extrañamente enmudecieron, casi parecían estar dándose cuenta de que iba ha ocurrir algo malo conmigo.
Al siguiente segundo, todo el mundo perdió color, me llevé la mano al pecho, mi corazón latía dolorido, nunca había sabido lo que era el dolor hasta ese momento, notaba como si me partiera en dos. Entonces comencé a toser, todo daba vueltas a una velocidad incontrolable. Pequeñas gotas rojas florecían como pequeñas rosas por mi ropa, girando en un bucle interminable.
La cabeza se me fue hacía atrás sin poder evitarlo y caí de espaladas contra el suelo, pronto todo se volvió de un negro mate.

Abrí los ojos con esfuerzo, no me sentía bien, notaba la cabeza bamboleante. Y mi visión no era la más buena, tras un rato noté que seguía viéndolo todo borroso y me preocupe. Un pitido insistente me perturbaba ¿Dónde estaba? Mire en rededor y pude distinguir una figura blanca sin facciones que se me acercaba, otra de azul la acompañaba.
Una mano cálida se posó en mi frente, lo siguiente que recuerdo es que me puse a gritar. Me había desmayado. Después pude saber que aquella mano pertenecía a la doctora y a al enfermero, así como que había estado cinco días en coma, cuatro con una fiebre increíblemente elevada y que me habían hecho una transfusión de sangre.
No sé que fue exactamente lo que aquella primera vez tuve, ya que era difícil entender las palabras médicas que utilizaban allí, ni tampoco me preocupaba mucho, sólo sabía que tendría que pasar un tiempo en el que periódicamente me inocularan una sustancia vía intravenosa, para mejorar la debilidad de mi corazón.
Aquella vez cuando el médico intentó explicarme que es lo que me sucedía, intentando explicármelo de la manera más simple posible, intentando ser dulce y a la vez creíble. Yo lo había resumido todo en un par de palabras “Yo iba a morir, ya que mi corazón no funcionaba como debía…”

Abro los ojos, así que estaba dormida "Últimamente no haces nada más que dormir" Se queja una voz en mi cabeza, de la que ni si quiera me molesto en contestar, pronto varias más se agolpan en una sinfonía de estruendosas quejas y molestas peticiones, suspiro mirando la luz cambiante del techo, viendo como las luces de un nuevo amanecer se reflejan en ricos colores dorados en el techo y haciendo destellar las lágrimas cristalinas de la lámpara.
Puede que sea extraño pero por alguna razón siempre me he sentido hipnotizada por aquel pequeño techo que compone la mitad de mi existencia, puede ser por que cuando miro al techo, en algo tan sencillo como tumbarse boca arriba, no tengo que hacer nada, ni hablar con nadie, ni pensar más de la cuenta que hacer con mi vida.
Supongo que debí haber bebido agua el día anterior porque la sangre no me sabe muy mal en la boca, su sabor parece casi indeleble en mis papilas gustativas, sin embargo resulta un sabor agradable, puesto que ya lo considero un sabor conocido...
Hundida en mi mundo brillante y luminoso, no presto atención a la intromisión de mi madre en mi habitación, que sin llamar, ni avisar si quiera antes, entra con el paso ágil y rápido de la que ha practicado atletismo en el instituto. Mis ojos no se desvían más de un segundo del juego de luces, aunque ya sé de antes que mi paz estaba perturbada.
    -Por alguna razón sabía que estarías despierta.
No respondo, ¿Qué podría decir? "Podrías decir que la quieres" dice una voz aniñada "O que te alegras de que este siempre a tu lado" opina otra voz femenina pero más grave de lo normal. "Eso sería mentira" me limito a señalar, yo no quiero a mi madre y sé de sobra que para ella, yo no soy más que un problema que nació en el peor momento de su vida, siendo la razón de que se viera obligada a cerrar su baúl de sueños en algún lugar lejano de su mente.
Ese rincón donde todo acaba siendo roto y cubierto de polvo, hecho de decepción y melancolía. Por ello, siempre me acusó con esos ojos oscuros, los cuales no había heredado, de un extraño agravio cometido. Ahora esa persona que me era tan indiferente y que tan rara vez veía, estaba delante de mí en esa postura que pretendía imitar a la de las madres, sin mucho éxito.
 -Bueno...-se cruza de brazos, notando de que no iba a ser muy comunicativa-Buenos días-continuo sin responderle- ¿Dafne, te importaría hacer un poco, sólo un poquito de caso?-sisea nerviosa.
Inmóvil, muevo levemente los ojos, para enfocar su cara, sin mover un ápice de mi cuerpo. La observo intentando discernir qué es lo que realmente quiere o necesita. Comparada con Martina, mi madre es más guapa, nada de piel grasosa y sudorosa, sino una piel blanquecina y una cara afilada que he heredado, lo único que tengo de ella. El resto me viene de la ascendencia de ese supuesto padre escocés, que desapareció, abandonándola y ya de paso agriando su personalidad.
 -¿Quieres mi atención?-me doy cuenta de que tengo la voz pastosa y que siento como si con cada palabra se moviera una aguda espina en mi garganta.
 -Sería todo un detalle, la verdad-junta los labios en una línea enfadada- ¿Cómo es que no me dijiste que vomitaste en Educación Física?
Me callo y centro la mirada de nuevo en el techo, en los cada vez más menguantes colores dorados del amanecer por la claridad de la luz que no hace más que crear sombras por todas partes y causa de vez en cuando un ocasional destello en las lágrimas de cristal.
 -No era necesario-me limito a responder.
Veo como claramente enrojece de la ira, por momentos su papel de madre benevolente y cariñosa desaparece, para mostrar su verdadera personalidad retorcida y odiosa. "No deberías pensar eso de tu madre" se queja lastimeramente una voz de mi cabeza.
 -¡¿Cómo que no era necesario?!-Explota- ¡¿Sabes la cara que se me quedó cuando me llamaron para decírmelo?!
Podría decirle que era imposible saber que cara puso, puesto que no estaba allí, pero me límite a guardar silencio en vez de dar una respuesta que realmente no tenía ni ganas ni motivos auténticos para contestar. Así pasó un minuto, cuando de nuevo su ira se manifestó de la otra forma que le quedaba...la física.
Enfadada, caminó o más bien dio un par de saltos hasta mí, arrancó las mantas que me mantenían en un nido de calor, disipando casi automáticamente cualquier placer de comodidad que pudiera haber logrado y me agarró con ambas manos del cuello del pijama, alzándome literalmente, mientras resollaba,  bien por el esfuerzo o por la ira.
Las voces gritaban todas a la vez, entremezclando su normal orden en una retahíla de palabras inconclusas, nerviosas y gritonas. Séase irreconocibles, me mantuve seria, sólo un poco molesta por la cercanía, al menos técnicamente estaba tocando el chaleco, no mi piel. Lo único que en esa situación me podría haber puesto nerviosa es el contacto físico.
 -¡Ya sé que soy una mala madre, sería mejor que tú...-sus ojos brillaron de una extraña manera que nunca había visto antes-habría sido mejor que nunca te hubiera tenido, no haces más que darme problemas, preocupaciones...no sirves para nada!
Me dejó caer de nuevo sobre la cama, con más brusquedad de la necesaria, tanto que el colchón crujió bajo mi peso, sus mejillas estaban encendidas de un intenso escarlata, yo me limité a mirarla sin  ninguna emoción en especial, si esperaba que sus duras palabras de madre que odia a su hija pero finge quererla, me habían llegado, se equivocaba, en parte porque no me importaba nada de lo que dijera y el otro motivo, por que yo también creo que tiene razón.
Un segundo antes de darse la vuelta y salir de la habitación dando un portazo que hace temblar las paredes, veo que aquel brillo extraño que había en sus ojos eran lágrimas que no habían podido ser contenidas. Me vuelvo hacía el techo, donde los colores ya han desaparecido completamente, las voces están en un extraño mutismo, pero siguen ahí, quizás silenciosas pero vibrantes de nuevas palabras.
"Ya estoy segura, antes dudaba, pero ya he dejado de dudar, ni tampoco puedo evadirme más de la realidad", aprovecho para pensar en el silencio de mi mente para acostumbrarme a la idea "No creo que me quede mucho de vida"
Me siento al pie de la cama y abro mucho los ojos cuando una nueva arcada me sube por la garganta, sin apenas tiempo de sacar el pequeño cubito de arena que había escondido debajo de la cama y vomitar de nuevo una nueva cantidad de roja sangre, me limpio los labios con la manga y me levanto. Me acerco a la ventana, poso la mano sobre el cristal, viendo el bonito día que hace y él único pensamiento que se me viene a la cabeza es "Hoy llegare tarde al instituto"


jueves, 10 de marzo de 2011

CAPITULO 1 (La amenidad de la rosa)

“Sabes que te quiero pero no podemos continuar con esto” decía la voz de mi mente, que pese a ser mujer sonaba como la de un chico “Yo si puedo” me replicaba a mí misma, mi voz mental. “Eres insoportable” esta vez era una voz femenina que se tornaba trémula y quisquillosa.  “Lo sé” replicaba yo para mis adentros, “Losé, lo sé, lo sé… nunca he conocido a una persona que se repita tanto” dijo la voz de una anciana que me reprendía, “Ya” volví a decir yo. “¿Podéis callaros? No puedo concentrarme” pedí.
 -Daf, ¿puedes dejarme tus apuntes de historia?-me pidió una voz ajena.
El sonido de esa voz real entre las múltiples facetas mentales que tenía en mi cabeza sonó como un molesto pitido, dilaté los ojos que ocultaba a través de unas enormes gafas y miré por el rabillo del ojo a una de mis compañeras de clase.
Sin poder evitarlo ladeé la cabeza como un gato, y miré desconcertada a la adolescente que me sonreía desde un metro de distancia, como si estar más cerca le fuera a ocasionar algún problema, quizás ella pensaba que le iba a morder.
 -¿Qué?-pregunté escuetamente, me fijé en cómo la saliva bajaba por su garganta al tragar, desenfoqué los ojos y apunté hacia los suyos, por alguna razón eso la hizo estremecer.
 -¿Qué si me dejas para que copie la libreta de historia?-volvió a preguntar.
 -¿Por qué?
 -Es que ayer se me olvidó aquí y no…
 -Entonces es que no has hecho la tarea-la taladré de un vistazo, mientras me mordía una uña.
 -¿Me la vas a dejar?
Me encogí de hombros y volví a agachar la cabeza hasta posarla sobre la tibia madera de mi pupitre estudiantil. Mi cabello creaba una cortina que me resguardaba de la luz, a tientas abrí con una mano la mochila que tenía delante de mí y aun a ciegas tomé la libreta de historia y sin mirarla se la tendí.
 -Gracias-dijo al cogerla.
Aparté la mano y la deje caer en ambos costados, sin decir nada, me volví a sumir en mis hondas reflexiones. Las voces resonaban en mi cabeza, incansables, criticando mi manera de comportarme, que era poco comunicativa, que daba miedo, que no era normal…
   -Es molesto-dije para mí-Vosotras también sois molestas…
No se cuál fue el día en el que comencé a tener voces rondando en mi cabeza, supongo que habían estado desde siempre hay, la primera vez que escuché que oír voces en la cabeza de uno era un paso a la locura, di por hecho que estaba loca. “Si estoy loca-reflexioné- No podré estar con los demás y si no estoy con los demás estaré conmigo misma” Esta idea me hizo increíblemente feliz, deformando las comisuras de mis labios en una extraña sonrisa que la gente pensaba que era macabra. Me daba igual, apenas solía sonreír, para mí el resto de las personas no valían nada, si todos desaparecieran, no me importaría.
Cuando al fin finalizaron las clases, tengo la sensación que de nuevo ha sido perder el tiempo, sin energías me levanto del pupitre, cuando todos han salido ya, recojo mis cosas, me cuelgo la mochila y es entonces cuando me atrevo a volver la vista hacia atrás con la clase vacía y el sonido de la muchedumbre al salir amortiguado por la lejanía, es entonces cuando dedicó al vació una de mis raras sonrisas y salgo.
“Dime, ¿Por qué no sales con nadie?”me exige una nueva voz en mi cabeza.
 -No me hace falta-contesto en voz alta, ahora que no hay nadie.
“¿Vas a hacer lo de todas las tardes?” me pregunta otra voz diferente, “¿Encerrarte en tu cuarto y mirar al techo?”
 -Quizás haga los deberes-replico.
“Eres un caso perdido”se lamenta. 
   -Lo sé.
“No sirves para nada” me dice una voz entrañable e infantil.
 -Lo sé.
“El mundo sería mejor si dejaras de existir” se quejó otra voz en mi cabeza, decaída y cansada de estar siempre intentando que hiciera algo. Alzo la mirada y contemplo la pequeña disposición de casitas encaladas y unidas que tiene la calle, en los risueños niños que corretean tras una pelota de plástico malo, en la viejecita que saca a pasear un chihuahua con el pelo escaldado. Todo lo contemplo sin ganas y aburrida, cansada de la misma estampa sin color.
 -Lo sé-le vuelvo a replicar en voz baja.

Martina el ama de llaves era una mujer entrada en años y en carnes, tenía esa expresión bonachona que a veces te hacía pensar en una madre pero que si la mirabas de cerca podías verle sudor por los hinchados poros de su cara, era entonces cuando agradecías tener una madre más atractiva que ella.
Sin decir nada, abandoné la mochila en la salita y subí a mi habitación.
 -¡Dafne!-llamó Martina cuando aún estaba en la escalera- ¿No vas a comer tampoco hoy?-me preguntó con preocupación.
 -No tengo hambre.
 -No estarás siguiendo una de esas dietas radicales raras que hacen ahora las adolescentes, mira que tú estás ya muy flacucha, si sigues así vas a parecerte a un galgo
 -Simplemente no tengo hambre-respondí yo sin mirarla y volviendo a subir las escaleras-A la noche comeré algo.
Ya en mi habitación me echo en la cama y me tumbo boca arriba. Cierro los ojos, envolviéndome en una oscuridad rojiza debido a la claridad del cuarto. Pasó así unos cuantos minutos, reflexionando sobre si habría alguna manera de silenciar mis voces internas cuando me sobreviene una arcada, apenas me da tiempo a levantarme y llegar al baño contiguo para vomitar todo lo que hay en mi estómago. Antes de tirar de la cisterna, que hará desaparecer lo que ha salido de mi estómago lo miro, allí descansando entre la espuma higiénica que toma reacción con la infección se decolora mi sangre.

INTRODUCCIÓN (No demasiado deprisa)

“Sólo un poco más” lloriqueo para mis adentros, “Un poco más” La luz ya no parece tan distante, casi parece cercana, algo que hace cinco minutos nunca hubiera dicho. Me esfuerzo por llenar mis pulmones de aire, aún esta sencilla acción supone un gran  trabajo, parece que el aire se ha vuelto una extraña flama que me quema la garganta y sin la cual no puedo continuar.
Mis ojos lagrimean, confundiendo mi visión y apagando aquel rayo de luz que se filtra en la lejanía, fuerzo mis pies  a seguir corriendo, pese a que ya estoy agotada, todo mi cuerpo se siente resentido y en vez de correr, más bien, trastabillo con mis propios pies, perdiendo ocasionalmente el equilibrio. En ese momento de inseguridad solo mi propia convicción me mantiene en pie.
Si caigo no me volveré a levantar, y debo seguir luchando, para escapar ,para no perder el juego. De nada me sirve que mi garganta me escueza, que mis miembros no reaccionen o apenas se muevan o que mi boca se abra todo lo posible en busca de un aliento que no consigue.
Los oídos me pitan, las uñas de tan apretadas que las tengo contra las palmas han acabado por hacerme sangrar. Noto el cuerpo sudado y  hay está. La claridad se habré en mi campo de visión. Casi milagrosamente y no sé de dónde, unas fuerzas aunque nímias pero con algo más de energía corro hacia ella. Menospreciando el cansancio, mis piernas se enredan una a la otra precipitándome al suelo.
Mi cara choca contra este, haciendo saltar dos de mis dientes, que como perlas rojas escupo al suelo, me sangra la boca. Fuerzo a mis brazos a que me incorporen de nuevo, ya que la salida está tan cerca, que casi puedo tocarla.
Y casi puedo alzarme, de nuevo puedo sentir el aire en mis pulmones y es ese segundo en el que sé que puedo continuar, es cuando algo me agarra del tobillo. Sin voz suficiente, resolló en busca de aire, en vez del grito que había intentado dar, mis ojos se dilatan, fijándose en la oscuridad que me envuelve, al ver en ella un espino que clava sus espinas en mis tobillos, retorciéndose igual que una culebra y subiendo por mi muslo, está vez logro gritar, horrorizada, debatiéndome entre furiosos pataleos contra la planta, notando el sabor de la sangre mezcladas con el de las lágrimas en mi boca.
La planta sin mostrar apenas aprecio a mis intentos sigue escalándome, atrapándome en un doloroso abrazo, del que ya no puedo escapar. Mis manos son atadas y siento que mi cuerpo es alzado por el estómago hacia arriba, colgando la cabeza boca abajo, veo como la luz se apaga, un segundo antes de sumirme en la oscuridad. Ahora solo puedo pensar antes de perder completamente mi conciencia en que he perdido el juego, nunca debí haber jugado y sin embargo… No me da tiempo a acabar, la zarza atraviesa mi pecho y sólo llego a contemplar como de ella, florece una hermosa rosa, roja de pétalos tibios.